Yo soy ese hijo, ese presidiario, ese sacerdote
Publicado
- 🕒 1 min read

En el año 1868 hubo una misión en Aquisgran. Uno de los misioneros expuso una historia que impresionó el auditorio:
Hace ya algunos años, una pobre madre se encontraba en su lecho de muerte rodeada de sus hijos. Todos menos uno. Ese estaba en la cárcel, cumpliendo una condena de cinco años, por un delito que había supuesto una tortura para su madre.
La moribunda hizo gestiones ante las autoridades para que permitiesen venir a su hijo y poder despedirse de él, antes de morir. Su petición fue atendida. El hijo, conducido por dos guardias, visitó a su madre.
Cuando llegó, ya ella no podía hablar. Le miró profundamente. Y aquella mirada materna transformó su corazón. De vuelta a la cárcel, se postró en tierra llorando, confesó dolorosamente sus pecados e hizo penitencia para purificarse de ellos.
Y aún hizo más en él la gracia de Dios que le llegó con aquella mirada de su madre moribunda: cuando cumplió su condena, ingresó en un seminario, se ordenó sacerdote y hoy os está hablando.
Hermanos, yo soy ese hijo, ese presidiario, ese sacerdote.
Nuestros pecados podrán ser enormes. Pero la bondad y la misericordia de Dios son aún mayores.