Una rosa a la Virgen
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Todos los años, durante el mes de mayo, el rector de un viejo seminario acostumbraba a recorrer las habitaciones, cuando ya los seminaristas se habían retirado a descansar, llamando a las puertas, una a una. Y al abrirse los cuartos, el rector iba entregando a aquellos muchachos una rosa, para que se la ofrecieran a la Santísima Virgen. Cuando algún seminarista, por faltas de disciplina o de estudio, no había sido durante el día buen hijo de la Madre del Cielo, el rector golpeaba también su puerta y, al abrirle, le decía: hoy, tú… no puedes llevar una rosa a la Virgen.
