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Reflexiones

Un gota en el océano

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«Cuenta la Madre Angélica un viaje a California, donde debía dar una conferencia. Como tenía tiempo por delante, decidió prepararla allí, junto al mar.

De pronto, cuando más distraída se encontraba ante la inmensidad del mar, vino una ola enorme y se estrelló a sus pies, empapando los zapatos y un poco la ropa. Al levantar la mirada vio cómo una gota diminuta se había depositado sobre su mano. Brillaba como un diamante a la luz del sol. La belleza de aquella minúscula gota la conmovió. Y, sin apenas darse cuenta, la devolvió al océano.

Entonces, la paz que gozaba en esos instantes se vio interrumpida, cuenta ella, por la voz del Señor, que le decía:

  • Angélica, ¿has visto esa gota?
  • Sí, Señor -respondió.
  • Esas gotas son como tus pecados, tus debilidades, tus flaquezas y tus imperfecciones. Y el océano es como mi misericordia. Si buscaras esa gota, ¿podrías hallarla?
  • No, Señor.
  • Por mucho que la busques, ¿serás capaz de hallarla?
  • No, Señor.
  • En tal caso, ¿por qué sigues buscándola? -le dijo entonces Jesús.

Aquel episodio del océano le enseñó, escribe, algo fundamental: todos podemos caer en el error de rememorar nuestros pecados y nuestros fracasos de la vida pasada, reviviendo nuestra culpa mucho después de haber sido perdonados. No nos damos cuenta de algo muy importante: cuando Dios nos ha otorgado su perdón, nuestros pecados han desaparecido para siempre. Son absorbidos por el océano de la misericordia divina. No tenemos por qué seguir preocupándonos de ellos, han sido engullidos para siempre por la misericordia infinita de Dios‘.

Lo mejor que podemos hacer con nuestros pecados ya perdonados es olvidarnos de ellos; o, mejor aún, recordarlos para hacer penitencia por la huella que dejaron en nuestra alma, pero sin inquietarnos, con paz, y para dar gracias al Señor por la inmensa bondad que tuvo al otorgarnos su perdón» .