San Juan evangelista y la perdiz
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Cuéntase que el evangelista S. Juan acariciaba apaciblemente una perdiz. De pronto ve venir hacia él a cierto filosofo con el aparejo de cazador. Este se maravilla de que un varón que gozaba de tanta reputación se entretuviera en cosas insignificantes y de tan poco relieve
¿Eres tu –le dice– ese Juan cuya insigne fama y celebridad había suscitado en mí tan gran deseo de conocerte? **¿Por que, pues, te entretienes en tan fútiles diversiones? **
Por toda respuesta le dijo S. Juan: ¿Qué es esto que llevas en la mano? Un arco –respondió el otro–. Y ¿por qué no lo llevas siempre tenso? No conviene –replicó el filósofo–, porque a fuerza de estar curvado la tensión le enervaría y se echaría a perder. Así, cuando fuera necesario lanzar un disparo mas potente contra alguna fiera, por haber perdido su fuerza debido a la continua rigidez, el tiro no partiría ya con la violencia necesaria
Pues bien –concluyó el Apóstol–, no te admire tampoco, joven, que yo conceda a mi espíritu este inocente y breve esparcimiento. Si de vez en cuando no le permitiese descansar de su tensión concediéndole algún solaz, la misma continuidad del esfuerzo le ablandaría, y no podría obedecer cuando fuera necesario a las solicitudes del espíritu.