Me voy a casa a ver a Dios
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Un día recogí a un hombre en la calle; tenía el cuerpo cubierto de gusanos. Lo llevé a nuestra casa. Ni maldijo ni culpó a nadie de su situación. Simplemente dijo: “He vivido como un animal en la calle, pero voy a morir como un ángel, ¡amado y atendido!”. Tardamos tres horas en limpiarlo. Finalmente, el hombre levantó la vista hacia la hermana y dijo: “Me voy a casa a ver a Dios”. Y dicho esto murió. Jamás he visto una sonrisa tan radiante como la de aquel hombre. Se fue a casa a ver a Dios. ¡Qué cosas puede hacer el amor! Es posible que la joven hermana no se diera cuenta en esos momentos, pero estaba tocando el cuerpo de Cristo.