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Historias

La historia de Uriel

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Hace más de veinte años Uriel nació prematuramente en Kinsasa. Fue la primera niña prematura ingresada en la unidad de cuidados intensivos pediátricos en Monkole (República Democrática del Congo).

Cécile, la enfermera, la depositó con premura en la incubadora y empezó los controles establecidos con cierta aprensión. Todo iba bien hasta que llegó la fatal noticia: la fábrica que proveía de concentrado de oxígeno a toda la ciudad acababa de anunciar un fallo en la maquinaria. No podrían repartir las bombonas previstas ni a Monkole ni a ningún otro hospital. Todos los niños de las incubadoras tenían las horas contadas. Cécile controló los valores: no podrían sobrevivir una noche.

Había que tomar una decisión. Mientras el equipo directivo contactaba con otras naciones para pedir el envío de un cargamento de bombonas de oxígeno, la enfermera jefe reunió a su equipo: —Tenemos que cuidar las vidas de estos niños como si fueran nuestros hijos. ¿Estáis dispuestos o no? Todos asintieron. El plan era agotador. Las enfermeras se turnarían para ir soplando oxígeno de sus propios pulmones en balones conectados por pequeños tubos a la nariz de los niños. Tenían muchas horas por delante…

Los padres fueron avisados. Una a una se fueron agotando las reservas de oxígeno. Una a una las enfermeras empezaron a soplar. El cargamento de bombonas no acababa de salir rumbo a Congo. Tenían que resistir. Por la noche se entremezclaban los sonidos en el hospital: llamadas actualizando la ubicación del oxígeno; llamadas de las madres angustiadas: —¿Ha fallecido ya mi Uriel? Soplidos profundos y acompasados de las enfermeras; y el sonido sordo del cuerpo de las relevadas en la función, cayendo desplomado sobre una silla. Cada vez que una nueva empuñaba el tubo para soplar se decía: —Este niño no puede morir mientras yo esté aquí. No puedo acabar mi servicio contando cómo falleció. Tengo que darlo todo y aguantar.

El cargamento de oxígeno avanzaba y el día también. ¿Cuánto tiempo más podrían sostener la situación? Para cuando llegó el oxígeno, las enfermeras llevaban veinticuatro horas soplando… y sufriendo. Para cuando el barco llegó, los niños llevaban veinticuatro horas sobreviviendo gracias a la generosidad y a la entrega de muchos.

Han pasado más de dos décadas de aquello y las enfermeras aún recuerdan su gesta, orgullosas. Uriel pasó de la incubadora a los brazos de su madre, y después a la escuela primaria, a la secundaria, al liceo, al bachillerato y a la universidad. Creció sin ninguna secuela, sin ninguna limitación. Quizá no sabe cuánto costó sostener su vida. Quizá no sabe que ella es el orgullo de Cécile.

Contada por Isabel Sánchez en su libro Mujeres Brújula