A la edad de 9 años, el joven Karol (Lolek) Wojtyła perdió a su madre. Después de su muerte se hizo monaguillo. Como él mismo mencionó, no era el más celoso en este encargo. Cuando su padre se dio cuenta de esto, le dijo: Karol, no eres un buen monaguillo. No rezas lo suficiente al Espíritu Santo. Deberías rezarle. Después de estas palabras, le mostró al pequeño la siguiente oración:

“Espíritu Santo, te pido el don de la sabiduría, para conocerte a Ti y Tu divina perfección; el don de la entendimiento, para comprender mejor el espíritu de los misterios de la Santa Fe; el don del ciencia, para guiarme en mi vida por los principios de esa Fe; el don del consejo, para poder buscar consejo en todo y encontrarlo siempre en Ti; el don de la fortaleza, para que ningún miedo o consideraciones terrenales puedan alejarme jamás de Ti; el don de la piedad, para que siempre pueda servir a Tu Majestad con amor filial; el don del temor de Dios, para temer al pecado, que te ofende a Ti, ¡oh Dios! Amén.”

A partir de ese momento, el futuro Papa comenzó a rezar esta oración y a experimentar en la vida una poderosa acción de Dios. No he olvidado esta oración que me enseñó mi papá. Fue una importante lección espiritual, más duradera y fuerte que todas las lecciones que pude aprender de las lecturas o enseñanzas que recibí. ¡Con qué convicción me habló! Incluso hoy oigo su voz. El resultado de esta lección de la infancia es mi encíclica sobre el Espíritu Santo, dijo muchos años después como Papa (encuentro con la juventud frente a la iglesia de Santa Ana, Varsovia 3-VI-1979).