Isidoro Zorzano y su jefe
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Aunque la situación en los Ferrocarriles era complicada, no lo descorazonaba: “la compañía en que estoy cada día está peor. No se hace ningún proyecto, ni se llevan a cabo los proyectados. No veo en ella porvenir alguno”. Isidoro se sentía “cada día peor” en su oficina y por eso hace gestiones para trasladarse a Madrid. La causa de semejante disgusto era clara: su jefe. “Me hace el trabajo odioso”, “cuando se colabora con personas francamente odiosas, es el mayor castigo (expiación) que se puede imponer”, escribía. Todo esto lo llevaba con sentido sobrenatural. Un compañero suyo fue testigo del “calvario” que pasaba, con broncas injustas, humillaciones… Y, pese a todo, “no murmuraba de nadie”: se limitaba a santiguarse disimuladamente cada vez que tenía que entrar al despacho del jefe.
Esta situación hizo escribir a Isidoro las siguientes notas en su oración:
“Muchas gracias, Dios mío, por este tesoro verdaderamente divino, porque ¿Cuándo encontraré a otro que a cada amabilidad me corresponda con un par de coces?”