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Anécdotas

Homilía en el funeral del famoso juez norteamericano Antonin Scola (2016)

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“(…) Estamos aquí reunidos por un hombre. Un hombre que muchos de nosotros conocíamos personalmente; otros sólo le conocían por su reputación. Un hombre amado por muchos, despreciado por otros. Un hombre conocido por las grandes controversias y por su gran compasión. Este hombre, naturalmente, es Jesús de Nazaret.

Este es el Hombre que nosotros proclamamos. Jesucristo, hijo del Padre, nacido de la Virgen María, crucificado, sepultado, resucitado, sentado a la derecha del Padre. Es por Él, por su vida, su muerte y su resurrección por lo que no lloramos como los que no tienen esperanza y por lo que, confiados, encomendamos a Antonin Scalia a la misericordia de Dios.

La Escritura dice que Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre y esto nos indica un buen camino para nuestros pensamientos y oraciones aquí, hoy.

Efectivamente, miramos en tres direcciones: al pasado, con gratitud; al presente, pidiendo; y a la eternidad, con esperanza.

Miramos a Jesucristo ayer, es decir, al pasado, con gratitud por las bendiciones que Dios le concedió a nuestro padre. La semana pasada muchos han relatado lo que nuestro padre hizo por ellos. Pero aquí, hoy, nosotros contamos lo que Dios hizo por nuestro padre, cómo le bendijo.

Damos gracias ante todo por la muerte purificadora y la resurrección vivificadora de Jesucristo. Nuestro Señor murió y resucitó no sólo por todos nosotros, sino también por cada uno de nosotros. Y nosotros ahora miramos al pasado de su muerte y de su resurrección y damos gracias porque Él murió y resucitó por nuestro padre.

Además, le damos gracias porque le dio una nueva vida en el bautismo, le alimentó con la Eucaristia y le sanó con la confesión.

Le damos gracias porque Jesús le concedió 55 años de matrimonio con la mujer que amaba, una mujer que le seguía en cada paso y le consideraba responsable”.

Dios bendijo a nuestro padre con una profunda fe católica: la convicción de que la presencia y el poder de Cristo continúan en el mundo hoy a través de Su cuerpo, la Iglesia. Amaba la claridad y la coherencia de la enseñanza de la Iglesia. Atesoraba en su corazón los ritos de la Iglesia, especialmente la belleza de su culto antiguo. Confiaba en el poder de sus sacramentos como medio de salvación, como Cristo actuaba dentro de él para su salvación (…)”.