Hola Jim, soy Jesús
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«En Boston, cerca de la estación de ferrocarriles, había una Iglesia católica. Allí, a la misma hora, durante la Misa, pasaba un sujeto no muy bien vestido, que conseguía distraer a todos mientras se dirigía a la capilla del Santísimo. Pasaba allí unos instantes, pocos, y reemprendía el camino de vuelta.
Un día, el párroco le esperó a la salida del templo. Lo abordó y le preguntó a qué se debía esa estancia fugaz en la iglesia a la misma hora, que distraía a los fieles que asistían a Misa. El sujeto en cuestión le contestó que era el maquinista de un tren que se detenía algunos minutos en aquella estación. Apenas le daba tiempo de acercarse a la capilla del Santísimo y dirigirle al Señor unas pocas palabras:
—Hola, Jesús, soy Jim.
Y con eso, decía al párroco, ya me voy contento. Esa visita es muy importante para mí. Un tiempo después tuvo lugar un terrible accidente en aquella estación. El tren de pasajeros chocó con uno de mercancías detenido en la misma estación. Hubo muchos heridos. El párroco fue enseguida y atendió a los accidentados. Encontró también a Jim, moribundo, y le administró los últimos sacramentos. Cuando Jim expiró, al sacerdote le pareció oír una voz cálida venida de lejos que decía:
—Hola, Jim, soy Jesús».