El punto número 8 de Camino
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El marco de esta anécdota es un colegio de Quito. El protagonista, un muchacho de 9 años recién incorporado a las aulas. Era un niño tranquilo y de carácter apacible; pero uno de sus compañeros se metía con él, y le hacía pasar malos ratos. Un día, llegó llorando a casa y contó el problema a su mamá: aquel compañero la tenía tomada con él.
Pasó un mes, y la dificultad continuaba. El niño volvió a quejarse con su madre. La mamá le contestó que ya había hecho todo lo que estaba en su mano para arreglar la situación: había hablado con el profesor y con la mamá del niño que le molestaba.
— O sea que ahora vas a tener que defenderte.
—Pero no puedo hacer eso, mamá.
—¿Y por qué no? ¿Eres cobarde?
—Este mes la consigna del colegio es la caridad y esta semana estamos hablando del compañerismo. ¿Cómo voy a pegarle?
Su mamá se quedó desconcertada. Después de unos días, el chico llegó a casa contento.
—Mamá, ya he solucionado el problema.
—¡Ah! ¿Y cómo has hecho?
—Llevé al colegio el libro Camino, ese que tienes en tu habitación. Llamé aparte al compañero y le invité a leer el punto número 8.
—¡Déjame ver!, dijo la mamá, aún más sorprendida. Y leyó: “Serenidad. —¿Por qué has de enfadarte si enfadándote ofendes a Dios, molestas al prójimo, pasas tú mismo un mal rato… y te has de desenfadar al fin?”
—El muchacho me pidió perdón e hicimos las paces.