El perdón de Maïti Girtanner
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Maïti Girtanner nació en Suiza en 1922. Su padre, católico prácticante, falleció cuando apenas tenía cuatro años. Tras la tragedia familiar, se trasladan a Francia. Maïti tiene un don, y es que toca el piano como los ángeles. A los nueve años ofreció un concierto donde descubrió que la música se convertiría en su vida.
Cuando estalla la Segunda Guerra Mundial, Maïti era una joven adolescente. Cuando los nazis lograron invadir Francia, nuestra protagonista tenía 17 años. El devenir del cconflicto obligó a toda la familia a refugiarse en una casa familiar en la frontera. Los alemanes accedieron en la casa para ocuparla, pero Maïti, que hablaba un perfecto alemán, les enseñó su pasaporte suizo, lo que les salvó la vida. Desde aquel episodio, ayudaría a la Resistencia contra los nazis, ejerciendo como mensajera entre la zona libre y ocupada pasando papeles y dinero.
Incluso aprovechaba su talento musical para cruzar la frontera constantemente y dar conciertos en las casas de los altos funcionarios alemanes para conseguir información como espía. En aquella tarea clandestina descubrió la crueldad del nazismo y de la guerra. Solo su fe le permite seguir adelante, pero con veinte años es capturada y llevada a prisión. Allí la dejarán en manos de un médico torturador: Leo.
Durante las torturas, el médico dañará el sistema nervioso de Maïti. Le producirá terribles dolores que le acompañarán toda su vida. Las lesiones le impidieron continuar con su carrera como pianista. A raíz de aquel contratiempo terrible, se aferró a su fe, convirtiéndose en una Terciaria Dominica.
Pese a que su verdugo le provocó graves secuelas, Maïti optó finalmente por el perdón. En una ocasión llegó a escribir que «desde el principio quería perdonarlo, recé por él, lo llevé conmigo» Durante 40 años rezó por aquél médico para lograr perdonarle algún día. 40 años después de aquello, Leo se puso en contacto con su víctima. Era ya un anciano y estaba enfermo de cáncer en fase terminal. Le tenía verdadero pánico a la muerte. Él nunca había olvidado a Maïti, la jovencita que en medio del horror hablaba de Dios. Necesitaba verla y hablar con ella.
Cuando Leo fue a visitarla en 1984, buscaba su perdón. Ella tomó su cabeza en sus manos y la besó: “Le abracé para dejarlo caer en el corazón de Dios. Y, mientra lo hacía, el murmuró: Perdóname», relataba Maïti.
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