Espíritu Creador, transfórmame
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Cuando «nacemos del agua y del Espíritu Santo» nos convertimos en criaturas de Dios; sin embargo, tenemos que hacemos «hijos» de Dios. Pero quizá sea mejor decir: del seno del bautismo salimos como niños de Dios, pero hijos de Dios, hijos del Padre tenemos que llegar a serlo, y para ello ya tenemos la «capacidad» (Jn 1,12).
¿Qué podemos hacer al respecto? Mucho: sentirlo, pensarlo y esforzarnos en comprenderlo; luchar contra nuestros defectos, desear la purificación y la virtud, ayudar al prójimo, cumplir fielmente con nuestro trabajo y muchas cosas más. Pero eso solo no basta. También el crecimiento de la vida consagrada en nosotros debe surgir de donde ha surgido el nuevo nacimiento. El Espíritu Santo ha de abarcar nuestro pensar, luchar y crear, y renovarlo. Por eso tenemos que invocarlo constantemente: ¡Tú, origen eterno, llévame a ti! ¡Espíritu creador, transformarme! ¡Tú, que me has otorgado el comienzo, llévame a su perfección consumada!